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La psicología tiene también los límites propios que no pueden llegar allá donde llega la revela- ción, y si bien está en su lugar mostrar deferen- cias y cariños a la ciencia servidora de la fe, nunca se podrá llevar a la ciencia a la categoría de árbitra de las cosas teológicas. El teólogo hará bien en oír «con sumisión » el dictado de la ciencia, pero no hará bien en someter sus pro- posiciones al arbitraje de la ciencia cuando la ciencia desligada de la revelación se empeña en explicar todos los fenómenos por fuerzas natu- vales, cuando el milagro supone un poder que está por encima de la naturaleza... El teólogo debe consultar la tesis científica antes de publi- sar su tesis religiosa, pero independientemente de la ciencia naturalista puede regular sus con- clusiones cuando para ello tiene bases tradiciona- les no destruídas por nuevas conquistas, autori- zadas por la Iglesia. «Que hasta en las fases más benignas de las distintas « neurosis » se dan ca- sos repetidos de perturbaciones visuales » no de- roga ni suprime el derecho de decir que esto podrá ser una verdad que constituirá «excep- ciones », en la regla de las visiones « normales », pero no una regla general en las visiones, con derecho a afirmar que no hay visiones normales en casos como el de Limpias. Si la ciencia enseña esto añadiremos que está en pugna con el sentido común y con la conducta de la Iglesia, que ha
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