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220 da en ese sentido. Los que hemos escrito mejor o peor de este asunto, ninguno, creo yo, hemos pen- sado en tal cosa; hemos expuesto lo que hemos juzgado lógico y prudente para orientar la devo- ción; pero sin jamás soñar en «exigir» a los hombres de ciencia la «fe en los hechos ». El asentimiento «al hecho» material de la visión no lo niega ni el mismo padre Urbano; el asenti- miento a la «calidad » del hecho queda en la absoluta libertad del « sabio y del que no lo es », porque es una cuestión libre, mientras otra cosa no diga quien puede decirla. No se debe exigir al sabio ese asentimiento. Tampoco se debe negar al que lo estudia, el derecho de reconocer y acep- tar las visiones. Añade el padre Urbano: «el teólogo debe oír con sumisión el dictado de la ciencia cuando es sincero y razonable ». Estará demás decir, también, ¿cuándo la ciencia es sincera y razona- da? El teólogo no lo será si rehuye el dictado de ciencia verdadera; pero hay cosas que se quiere pregonar por científicas, que no están en armonía con la doctrina de la teología. La ciencia ha presumido demasiado en sus lides contra la fe, y tiene posiciones que no res- ponden al verdadero concepto de la ciencia. Pre- cisamente, la « ciencia» no sincera se ha empeña- do en tomar todos los fortines de la investigación para combatir la fe en el « milagro ».

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