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Mb toda « aparición » como más seguro. Esto rezaría con el mismo favorecido, pero nunca con los que saben lo que en él ocurre, ya por dirección, ya por otro medio, que tuvieran que escribir sobre ellas, por ejemplo, San Raimundo de Peña, las de Santa Catalina de Sena, ete. ¿Por qué, pues, rompe lanzas contra los que basándose en razo- nes sino apodícticas y resolutivas, a lo menos «probables » y aceptables, tienen por buena ciertas apariciones ? Ni nosotros ni nadie aconsejará a los que rayan a Limpias que «deseen ver» lo que ven otros, ni que pidan a Dios que les muestre su rostro agónico; pero tampoco osaríamos afirmar que sea un error que una persona deseosa de ma- yor fervor o de mejor convicción del caso quisiese ser favorecida, siquiera sea esto peligroso, como lo es el desear revelaciones y apariciones; por- que primero eso nace generalmente o siempre de soberbia o de curiosidad ; lo segundo porque con tales deseos vanos se da ocasión al demonio para maquinar gus fraudes, como enseña Escarameli... Creemos, pues, que con lo expuesto quedará rectificada o mejor entendida la conclusión que pone el padre Urbano en la página 24 de su libro: « Aunque sean de Dios, lo más seguro es negar- las. Y aunque no se nieguen cuando parezcan claras, que no se les conceda importancia como a formas imperfectas que son. »

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