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mI El padre Urbano aduce aquellas palabras de San Buenaventura: Apparitiones formidande sunt non desiderande, que seguramente no las ha leído en el original, sino que las ha tomado del padre Escarameli. Este ilustre escritor, en el tomo II, capítulo 1, número 44, trata el asunto y dice estas terminantes palabras: « No debe per- mitir el director a ninguno el «desear» algunas visiones de cualquiera especie que sean ni el pedir a Dios semejante cosa con cualquier pre- texto ». Donde bien a las claras se ve que lo que debe prohibirse, no es recibir y aceptar las apa- riciones, sino el « desearlas », « solicitarlas », «pedirlas », porque en esto estriba el gran peli- gro de que antes hemos hablado, que cuando uno está fundado en humildad, y Dios le favorece con estos favores, no hay por qué rechazarlas ni prohibirlas. El mismo San Juan de la Cruz trata con Santa Teresa de estas cosas y no se le ocu- rrió prohibir a esta santa ni a otros de sus hijos la aceptación de «toda aparición ». En el caso de elevar a tesis universal la afirmación del padre Urbano, habían obrado muy imprudentemente muchísimos santos y directores suyos, cosa que no osará afirmar ni él ni nadie. Pero demos por bueno lo de que deba rechazarse
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