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aleja del peligroso escollo y les afirma en la humildad. Allende eso, el padre San Juan de la Cruz tenía un punto firme en sus instrucciones a las almas : el desapego de todo; la desnudez comple- ta, incluso de toda sensible comunicación espiri- tual. Lo que él buscaba y recomendaba era la perfecta unión con el querer de Dios. A este propósito nos recordaba un reverendo padre car- melita, profesional de la mística de su Santo Padre, que el mismo Arbiol, acaso el que mejor ha entendido al gran santo carmelitano, se opuso a su opinión, o por lo menos mantuvo reparos contra la cita misma de San Juan de la Cruz en un punto referente a esta igualdad y desasi- miento de ánimo. Enseña San Juan de la Cruz que hasta en el amor hemos de vivir así, no dando más aprecio a uno que a otro, viviendo desapegados de toda afección. En lo que respec- ta a las «apariciones », cuando ellas ocurren en almas fundadas en virtud, es otra la teología car- melitana, viniendo la enseñanza de Santa Teresa en la «sexta morada». Vivía la Santa en esta morada cuando escribía sobre ella, y de « su expe- riencia» propone, a los que como ella vivían, lo siguiente : «Como los confesores, dice, no pueden ver esto, ni por ventura a quien Dios hace esta merced saberlo decir, temen y con mucha razón ; y así es 15

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