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— 200 — por su expresión y viveza de rasgos representati.- vos. No está afeado por ninguna de aquellas conee- siones del arte escultórico desorientado y olvida. dizo de su espíritu plástico propio que se nota en los imagineros españoles de segundo orden en el momento de su historia. Nada de policromía realis- ta, nada de vestiduras de quita y pón, nada de lá. grimas y pelucas postizas y en algún caso como en el Cristo de Burgos, hasta piel humana con las uñas nativas. Es esta de Limpias una escultura en toda su pujanza y plasticidad; parece de carne y hueso por lo realista. Cuando pestañea y mira debe parecer que acaba de bajar del Cielo. Las contracciones musculares parecen realmente obra del dolor y no del cincel. La angustia infinita que parece llevar grabada en el arco de sus cejas y en las ansias de sus labios da la sensación de que se le escapa la vida por momentos, de que aquel mo- ribundo es un Dios que muere de amor y recuer- da acaso la frase de Juan Jacobo Rouseau : « Si la vida y la muerte de Sócrates son de un sabio, la vida y la muerte de Jesús son de un Dios ». En los sufrimientos y en la muerte se descubre al hombre; Dios se revela en la manera de soportar- los. Es decir, que en la Cruz se nos manifiesta tan- to más Dios cuanto más hombre. Todo eso se siente y se concibe ante la obra maravillosa del Cristo de Limpias... No ha habido jamás un hombre, observa Bossuet, cuyo senti-

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