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— 199 — minente cual corresponde a su actitud, sin que la demacración sea exagerada; las rodillas no se pro- yectan mucho y mantienen el cuerpo vigoroso, ágil y proporcionado; diríase que el artista quiso buscar este efecto de placidez en el conjunto, ate- nuar el horror de la tragedia y hacer un erucifi- cado más conmovedor que impresionante, escribe Jorge de la Cueva. En las manos se nota la crispación como es na- taral cuando sostienen un cuerpo pendiente de heridas que se agrandan desgarrando los tejidos. Los dedos sin embargo conservan su flexibilidad, y el pulgar, el anular y el meñique se encogen mientras el índice y el corazón se extienden. Al- guien ha observado que es la actitud de una ma- no que bendice, pero que esto es falso aunque sea delicadísimo por completar una idea del hondo sentimiento religioso. Se ve claramente la hermosura de los ojos, el blanco determinado y la fijación de ellos en el Cielo como diciendo: ¡Padre mío! ¡ Padre mío! ¿por qué me has abandonado! Por eso es más fácil determinar visualmente el movimiento de sus retinas y de sus párpados en el momento del prodigio, Su belleza y perfección nos recuerda desde lue- go los grandes crucifijos de Montañés, de Mena, de Hernández, de Juni, de Cano y de Velázquez, aun- que se nos antoja que este de Limpias descuella

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