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108. algo fuertemente real que no deja el menor res- quicio a un titubeo. Se divisaba ya el rojo tejadillo de la torre parro- quial; impresionado por el relato, volví a sentir las emociones de la mañana. Unas señoritas nos contaron que una de las hermanas de las que iban con las colegialas y que durante la misa nada ha- bía visto, luego por la tarde, por espacio de me- dia hora, vió ensangrentados los santos labios y que los ojos se posaban en ella con infinita dulzu- ra. La religiosa había marchado ya y a cuantos le preguntaron contestó humildemente: ¿Qué im- porta lo que puede decir una pobre monja ? Quizá para muchos tendrá razón, pero yo con- fieso que este testimonio de la humildad que pro- curaba pasar inadvertida, pesarosa de sus mani- festaciones y lágrimas, que quería guardar calla- damente sus consuelos, hizo tanta fuerza en mi espíritu como el testimonio de los hombres de ciencia. — Jorge de la Cueva, junio 1919,

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