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— 193 - descendido lentamente, de modo que fué posible seguirlas en su movimiento; luego, de la misma manera habían mirado de derecha a izquierda. Lo contaba enérgicamente, con ese acento de honda convicción que extraña en todos cuantos vieron y que gana insensiblemente al que lo escu- cha. Otro hizo el mismo relato, el organista de la iglesia, un músico notable, don Juan Arrieta, y más tarde explicó idéntica visión el doctor en ciencias don José Moneo. Ya nadie dudó; todo el grupo de amigos parti- cipó de la fe de los videntes, que, por raro fenóme- no, se hizo más exaltada en los que no vieron, y, unidos, fomaron una como guardia de Cristo; una comisión que recibiera a las peregrinaciones, cui- dara del orden y recogiera testimonios. Fuí acogido con tanta cortesía y agasajo, que me dejaron honda y gratamente reconocido y obli- gado; faí un amigo más que participó de la grata comunidad. Juando en el casino me relataban estos hechos, nos dieron la noticia que corría por el pueblo: aca- baban de ver el prodigio dos médicos. Voy a bus- sarlos, dije; todos juntos subimos hacia Rucoba; a mitad del camino los encontramos; eran don Luis Naveda, médico de Castro Urdiales y su pri- mo don Rafael Manzón, médico de Castillo. Venían en silencio, pálidos, abstraídos, domi-

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