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192 — Agatángelo, del convento de Montehano, varias personas habían observado milagrosos movimien- tos en la faz del Cristo de la Agonía. La ineredu- lidad fué general; hubo bromas, se habló de su- gestiones, salieron a relucir teorías sobre fenóme- nos psicológicos; hubo quien protestó indignado de que en una reversión al siglo x1tr los frailes fanatizaran al pueblo. El 12 de abril se repitió el hecho y en la ter- tulia se repitieron con mayor exaltación los co- mentarios ; el pueblo estaba en conmoción, hubo nuevos videntes, la noticia había transcendido fuera de Limpias; comenzaron a llegar visitantes. Ya no era sólo incredulidad lo que había en la far- macia, era consternación, a la que se unía un es- píritu de indignada protesta; estamos en ridículo, decían, pensarán que todos somos unos papana- tas, creerán que todos hemos amañado esto, y al- guien propuso dirigir un comunicado a la prensa declarándose completamente ajenos a cuanto se relacionara con los supuestos milagrosos. Pero un día llegó uno de los contertulios, agi- tado y estremecido, y relató que real y efectiva- mente había visto el movimiento de los ojos del Oristo; se trataba de don Federico Álvarez, licen- ciado en filosofía, uno de los más escépticos. Habló sencillamente... No había duda posible; había visto con entera precisión y claridad, sin 'ansancio ni ofuscaciones, que las pupilas habían

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