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tina de un síntoma reputado de incurable y sólo curable a la larga de un modo incompleto, pensé en la multitud de parálisis de todo género, sobre todo las histéricas, que dan algún contingente de curaciones en algunas circunstancias cuando aquéllas son limitadas a una pequeña zona o re gión y no abarcan la mitad del cuerpo, como aquí sucedía. Consideraba para mí un deber de primer orden hacer un estudio especial sobre este caso con- creto. Soy creyente en el milagro. Creo que hay un mundo sobrenatural y un poder superior que rige ese mundo invisible y el visible o natural que habitamos. El hecho concreto que se presentaba a mi imaginación pudiera ser sólo una coinciden- cia perfectamente explicable por los solos esfuer- zos de la naturaleza, pero también podía ser debido a la intervención divina invocada tan fer- vorosamente por el enfermo. En una palabra, el problema a resolverse era: si la curación operada en don Vicente era debida exclusivamente a la naturaleza o al milagro. Por mi parte, yo no había visto caso alguno de parálisis resuelto tan rápidamente ni lo había leído ni oído a ninguno de mis compañeros en mi larga y no interrumpida práctica; y al considerar que este hecho estupendo había recaído en un sacerdote virtuoso, después de aquellas súplicas

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