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— 158 — del mundo y todas las causas que las han puesto en acción en la humanidad, no son más que ema- naciones e irradiaciones del gran Sacrificio del Hombre Dios... «Su moral evangélica es una mo- ral en acción y el teatro de esta acción es la Oruz», dice Augusto Nicolás. Por esto vemos que en todo el curso de su vida, incesantemente apela Jesu- cristo a su muerte como al objeto de su misión y al principio de su resultado. Habla de ella conti- nuamente; todo cuanto dice la supone; no hace más que ir preparando su aplicación, esperando a que suene la hora de su consumación y aplaza para esta hora la conversión de todo el mundo: Ego autem cum exaltatus fuero omnia traham ad Me ipsum. Ved por qué nos llama la atención des- de la Oruz y por qué nos invita en esta última edad, como en la primera, del cristianismo a los misterios de la pasión. Bien podemos repetir aquí que lo que Luis V euillet escribía a cuenta de los milagros de Lour- des: «Tantos milagros al cabo de diez y ocho siglos de cristianismo, es, sin duda, cosa que hu- milla nuestro orgullo. No deberíamos necesitarlos y esto prueba mejor que nada cuán por bajo de la razón nos hallamos.» No sólo por bajo de la razón diremos nosotros, sino también por bajo de la dignidad humana. ¿Qué hemos de hacer? Re- signarnos y reconocer que estos milagros son una nueva prueba del amor de Dios. A la verdad,

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