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fuese y acaso juzgare prudente suspender el cur- so de los movimientos populares, entonces, sin coartar la libertad de admitir o dejar de admitir el milagro, dará una norma prudencial para el fo- ro externo. Mientras tanto seguirá pidiendo la luz de más claro conocimiento. El oro y la escoria. El placer de decir algo extraordinario es el mayor enemigo de la verdad, dijo el naturalista Cerstedt... Y también el placer de afirmar algo extraordinario puede ser enemigo de lo verdade- ro. Por eso hay inteligencias y hay plumas que no se acomodan a creer y a decir lo que todos creen y dicen; necesitan fijarse en algo nuevo, necesi.- tan sobreponerse a la corriente ordinaria; esto puede tener su razón de ser, lo mismo en el orden de la negación que en orden de afirmación del prodigio. Habrá muchos que lo duden, que lo contradigan, porque « para dudar, para negar, o para contradecir no es necesario inventar una ra- zón extraordinaria », dice Hettinger. Ni hay nece- sidad de razón alguna para decir cosas negativas, porque para destruir no hace falta arte ni sabi- duría, basta la piqueta y fuerza muscular. Habrá otros que escruten y analicen todo lo que pasa en Limpias; su pluma o su palabra se
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