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— 146 — res del fuego y, en fin, realizar todas las mara- villas, prodigios y milagros de orden superior al de la naturaleza; de ahí la clasificación del mila- gro contra las leyes naturales, sobre las leyes na- turales y fuera de ellas; o en otra fórmula: mila- gros en cuanto a la substancia, en cuanto al sujeto y en cuanto al modo. Así, Dios que puede crear substancias y acciden- tes puede también separar en la Eucaristía los ac- cidentes de la substancia, puede substituir con la virtud desu poderomnipotente la acción de la subs- tancia sobre los efectos; puede por consiguiente suplir la fanción de los órganos y las facultades mismo Rousseau en sus Cartas de la Montaña (edic. de 1793, tomo XIII, pág. 104), donde dice : « Esta cuestión trata- da seriamente sería impía si no fuese absurda; castigar a quien la resolviera negativamente sería hacerle demasiado honor; bastaría encerrarlo. ¿Quién negará jamás que pue- de Dios hacer milagros? Sería preciso ser hebreo para preguntar si podía Dios preparar mesas en el desierto. » Las leyes de la naturaleza son constantes pero no son necesarias. Este mismo estado actual que llamamos natura- leza no fué, en un principio, más que el efecto de un mila- gro, del mayor de todos, el milagro de la creación. Su conservación es también un milagro que no aparece como tal por ser continuo, pero la naturaleza no tiene otro prin- cipio de permanencia que la voluntad y el poder de Dios, que la sostienen sobre la nada de donde la sacaron. Los milagros evangélicos y todos los demás de la histo- ria no son otra cosa que pequeños milagros dentro de ese gran milagro de la creación y de la conservación.

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