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— 145 — Admitir la creación y negar el milagro es un absurdo. El hombre, es verdad, se sorprende y pónese en guardia para negar todo lo que le pa- rece pugna con las leyes establecidas. Mas, las leyes naturales tienen su eficacia de Dios, y Dios puede suplir perfectamente, como causa primera, todo lo que deba atribuirse a las leyes como can sas segundas, Por tener Dios omnipotencia y so- beranía absoluta sobre toda causa y efecto puede en un instante hacer lo que pudieran realizar las causas todas en la sucesión del tiempo. De ahí que Dios puede curar repentinamente, establecer vida en un cadáver o suspender el efecto de los ardo- lo atañiente al poder de Dios en la operación milagrosa, pónense «de nuevo a contribución en este empeño incrédu- lo de negar el milagro. Paulus Straus y Weisse acudieron al mito, Shleierma- her, Ervard Renand y Hesse se refugiaron en las fuerzas desconocidas, Kein, Barth y Furrer combatieron la mis- ma verdad histórica del milagro que se les imponía. No importa que Fonck rebata sus asertos con la lógica de los hechos a la laz de la arqueología cristiana con las pintu- ras de las catacumbas, artes y sarcófagos, etc.; el duro empeño perdura so pretexto de alteraciones de leyes y de la necesidad de la armonía universal. No dejamos de reconocer por falsos muchos de los mi- lagros de la Edad media, milagros que merecieron fe tan sincera y que tan poco llamaron la atención de la crítica, como advierte Augusto Nicolás. Pero esos falsos milagros no son enseñanza de lo que debemos pensar del poder de Dios. La cuestión de la posibilidad del milagro la trata el

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