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a O que en el mes de diciembre, no es argumento va- ledero para el caso, esto del ambiente. ¿Qué intenta Dios con ese prodigio, que se re- pite durante tantos años y aun durante siglos y siglos ? Dejemos eso en el archivo de Dios. Basta pensar que con estos prodigios la incredulidad queda confundida, y renovada la fe y veneración de los fieles; porque todavía hay de aquellos que tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen. San Agustín ha dicho bellamente: «Ñicut humana consuetudo verbis loquitur, sic divina potentia fac- tis miravilibus ». Así como la costumbre humana es hablar con las palabras, el divino poder habla con prodigios. No se verifican tales maravillas por los fieles precisamente, sino por los infieles. Signa non sunt fidelibus, sed infidelibus. En definitiva, debemos decir que el hecho histó- rico de los sucesos de Limpias parece tener como todos los milagros, una razón filosófica, que con- siste en que se produzcan por intervención divina. Tienen, además, una verdad relativa que es el fin que por ellos se persigue: la confusión de la incre- dulidad por la confirmación de la fe, Que Oristo tenga siempre entre los fines de sus milagros un intento espiritual, está fuera de duda; San Agus- tín lo ha dicho terminantemente, « que Cristo quería que las cosas que realizaba corporalmen- te, se entendiesen también espiritualmente » (De Verb, Dom. sur., 44).
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