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— 123 — las cinco, a visitar al Santísimo Cristo. Allí reza- mos cuanto nos dictó la devoción y a las seis y media estábamos solos : las dos señoras, Elena y Mercedes, la hija de ésta, Merceditas, la señora Adoración Lomban y yo. « La niña comenzó a decira su mamá, que veía volver los ojos y mirar a la sacristía, los demás le veíamos tranquilo y apacible, pero la niña insis- tía en sus apreciaciones. Estábamos los cinco con- templando con fijeza, cuando le vimos sonreír y como mover los labios; todos los cinco, nos precipitamos hacia el altar y en su misma tarima superior le estuvimos contemplando con tal dul- zura, tal mirada, risueña y dulce, que no subíamos separarnos de allí. Así se nos pasó una hora y otra. «A las ocho y media precisaba abandonar aque- lla santa compañía y lo íbamos a hacer, aunque en todos los cinco existía la misma idea: « ¡ quién pudiera estar aquí toda la noche!» Ya tomába- mos el agua bendita, cuando le vimos fijarnos una mirada tan grande, tan dulce, tan afable, tan sim- pática, que asimismo, de rodillas, y con los bra- zos en cruz, estuvimos casi quince minutos, has- ta que volvió a fijar la mirada en el cielo. A la mañana del día, comulgaron en mi misa todos los de la expedición y luego nos volvimos a Bilbao consoladísimos. « Los cinco podemos dar testimonio de lo que aquí se afirma y lo damos después de haber deja- v

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