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120 — balneario de Carranza la misma mañana de ese día. « Al llegar al templo experimenté una emoción de respeto rayana en terror que me hizo estar de rodillas todo el tiempo que duró la misa, que en- tonces se comenzaba, preparándome para celebrar a las once. Entonces fué cuando por suerte mía salí al altar del Santísimo Cristo para celebrar, asistido de un sacerdote a quien debo haber po- dido continuar la misa, pues después del confi- teor, al fijar la mirada en el Santísimo Cristo me vi sorprendido por el prodigio más emocionante que yo he contemplado. Vi a Jesús agonizar, le vi moverse, abrir y cerrar la boca; se arrancaba de la cruz su pecho anhelante, sus labios temblo- rosos, su rostro demudado. Hubiera jurado que sudaba y que se movía, de medio cuerpo arriba, todo él. Yo no podía seguir; el sacerdote asistente me iba dictando lo que yo decía casi maquinal- mente ; me cogí al altar, sé que no miré al misal; decía la misa votiva de la Santa Cruz, y gracias al señor” sacerdote asistente pude seguir. Yo pa- decía al ver a Jesús padecer tanto, y esta agonía duró hasta el gradual; al decir omne genuflectatur me levanté de la genuflexión y se transformó el cuadro, pues desde el mismo sitio, con la misma emoción sin solución de continuidad, le vi hermo- so, resplandeciente, hasta alegre, impresión que me duró toda la misa.

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