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O barba. Respiró dos veces como los moribundos, con respiraciones lentas, fatigosas, anhelantes, y el pecho se levantaba. Volvió los ojos al cielo y ¡murió ! Sí, le vi morir. Pudiera jurar de nuevo que le vi morir, y que le vi muerto con una pali- dez divina que consolaba. « Aunque yo no creyese en los Evangelios diría que he asistido a un trasunto visual de la escena del Calvario; que he visto con mis ojos el desarrollo de una tragedia sin ejemplo, de una lucha sin igual de la justicia divina y la divina misericordia, siendo el resultado que el inocente se entregó a la muerte como único medio de apla- car a la justicia y salvar a los culpables. «Lo que con esto por mí pasó es para mí. Yo digo solamente lo que he visto con los ojos no con la imaginación. Unos tres cuartos de hora estuye presenciando tan emocionante como inspirada es- cena. Y la presenciaba con pleno dominio de mis actos, pues la visión no me subyugaba ni dismi- nuía la libertad interna y externa que ejercité varias veces, cambiando de sitio, cerrando los ojos cuando quería, poniéndolos en distintos lugares del templo, conversando con varias personas y haciendo otras cosas para convencerme a mí mis- mo de que no era víctima de una ilusión. Yo allí no firmé nada en el libro de testigos. Después remití mi declaración jurada al Ecónomo de Lim- pias, donde cualquiera podrá verla. Y, como sacer-

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