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y y « Y esa mirada, que fué de las más breves, le quitó por un momento toda la pena y amargura que antes devoraba, y parece quería decir: «Gra- cias, Padre mío ». «Yo también me consolé. Y debo decir que el primer sorprendido de esa voz interna aclaratoria fuí yo; porque ni pensaba en eso, ni conozco el «Cerro,de los Ángeles», ni sé tampoco cómo está orientada la iglesia de Limpias. Y puedo asegu- rar también que a mí directamente nunca me miró, o a lo memos yo no me enteré. Cuando lo de las miradas de severísimo juez, por lo que el Santo Oristo contemplaba, yo le pedía muy de veras que nO NOS mirase de aquel modo nia mí ni a este pueblo. « Porque aquello era para poner espanto en el ánimo más valiente y yo quisiera que nadie diese motivo a que se le mirase así. Varias veces yo mismo, sobrecogido, noté la realidad de lo que iba viendo, no pude reprimirme ni dejar de exclamar en voz que llegaron a percibir muchos circuns- tantes : «¡ Dios mío, Dios mío, esto es asombroso !» « Después de todo esto que brevemente acabo de contar, vi que el Señor movía los labios, abrió la boca por dos veces como para respirar y des- ahogarse, hizo un gesto de supremo cansancio, se puso lívido, desencajado por completo, su rostro con síntomas de agonía. No sé qué noté que sa- lía de su boca y le corría por un lado y otro de la

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