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— 116 — «Al ver yo aquello, poco faltó para que diese un grito y me lanzase allá. Pero, como no sabía qué era, tuve calma y nada hice, no me moví de donde estaba arrodillado, contemplando aquella escena. Repito que, como en las demás veces, tam.- poco vi en esta ocasión lo que el Santo Cristo miraba, ni en qué consistía aquel «algo », aquel objeto ya dicho (para mi invisible) que provoca las miradas terribles y la indignación del Señor; pero «oí» algunas palabras en son de queja amarguísi- ma, que hoy no sería quizá prudente manifestar. Cómo oí o entendí estas palabras, tampoco sé decir. « A continuación de esas miradas referidas vol- vió el Santo Cristo los ojos al cielo en actitud de súplica ferviente. Su mirar entonces partía el co- razón. Sus ojos estaban cubiertos de lágrimas, tanto que en dos ocasiones parecía que no le de- jaban ver y extraviaban la vista. Una sola mira- da le vi de consuelo, mejor dicho, de completo alivio. Esa vez miró de frente en un plano algo superior a mí y se fijó en un punto céntrico que a mí, como si me lo susurrasen al oído del alma y tratase de aclarármelo, me pareció entender : «el Cerro de los Ángeles » (1). (1) En aquel cerro se levantó un altar y se consagró Es- paña al Sagrado Corazón, leyendo la consagración el mis- mo Alfonso XII. Acudió el gobierno de Maura en pleno.

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