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— 114— niente en que se descubran y manifiesten los prodigios y avisos de Dios; pues para algún fin hará lo que ha hecho con otros y conmigo. « Es cierto lo que a usted han dicho de que recorrí a pie, en cinco días y medio, 200 kilóme- tros de los 300 «aproximadamente que separan este nuestro pueblo del de Limpias, por el camino que yo seguí. « En las primeras largas visitas que hice al Santo Cristo, y durante la misa que celebré en su altar, yo «nada absolutamente vi» de cuanto otros aquel día aseguraban ver. « Sería la una de la tarde cuando, como despe- dida y por última vez, fuí al santuario a repetir mis súplicas y exponer mis deseos al Señor, antes de encaminarme a la estación. A los pocos minu- tos empecé a notar que veía los ojos de la ima- gen, pues hasta entonces no había visto más que el blanco de los mismos, según la postura que la imagen tenía en actitud de mirar al cielo. Y ad- vertí claramente que aquellos ojos se avivaban, se movían de una parte a otra, que miraban de derecha a izquierda, al cielo, de frente, con mirar continuo y siempre con soberana majestad y len- titud. « Aunque yo me hallaba en estado apático, indiferente y frío, me puse en guardia conmigo mismo para no ser víctima de alguna ilusión óp- tica. Me levanté del sitio donde estaba arrodilla-

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