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tra los prodigios supuestos; afirma allí el docto escritor que no se niega el milagro, pero de hecho no parece nada que dé lugar a favorecerlo. De- seando proyectar un rayo de luz sobre esta cues- tión abstrusa y delicada, advierte que si se cono- ciesen más las doctrinas del angélico gran doctor satólico Santo Tomás, « más aquietadas y menos confusas andarían las conciencias ». Compara es- ta cuestión con las visiones eucarísticas que se repetían en la Edad media, planteando Santo To- más a este respecto una cuestión teológica abso- lutamente parecida. Era el caso que en la Edad media, en el disco blanco de la Sagrada forma, se yeían a veces manchas de sangre, trozos de carne sonrosada y aun la figura del Niño Jesús. Sobre lo cual se pregunta: 1” ¿Eso que se ve en la hostia existe realmente allí fuera de quien lo ve? 2? Dado que realmente exista, ¿debe admi- tirse que se ve realmente el cuerpo de Cristo? Esta segunda cuestión no nos pertenece; básta- nos con la primera que, por otra parte, hace inú- til la segunda. Nosotros creemos que muchas de aquellas visio- nes eucarísticas fueron objetivas; que por serlo, verbigracia, las de la forma del corporal de Daro- ca, se pueden ver todavía, pues perduran aún las manchas de las hostias ensangrentadas en el cor- poral, como hemos tenido ocasión de observar por nuestros propios ojos, con ocasión de predicar allí
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