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curiosos ni tales que vengan sóloa halagar el sen- tido humano, no notan todos los que quieren la maravillosa realidad de Limpias. Ocurre que las almas más interesadas en verlas se quedan con las ganas; en cambio muchos incrédulos o escép- ticos dispuestos a negar de plano el fenómeno, han tenido que afirmar haberlo visto. En esto se hecha de ver que depende de Dios y no de los hombres ¿Quién podrá penetrar los juicios so- beranos?... Signa non sunt fidelibus sed infidelibus. A nosotros se nos antoja que puede repetirse aquí lo que el ciego iluminado decía después de su curación por Cristo: A seculo non est auditum quía quis aperuit oculos ceci nati; nisi esset a Deo nont potuisset quidquam (Loan 9.). Más cerrado a la luz tenía los ojos la escultura de Limpias que el ciego aquél de nacimiento... Sólo quien iluminó aquellos ojos puede hacer mo- ver estos párpados. Demos gloria a Dios... ¿ Finalmente, Santo Tomás enseña que los mila- gros verdaderos y de Dios se diferencian de los falsos y del demonio: en eficacia, en duración, en utilidad y en el fin (1 pars., q. 110, art. 4%, ad. se- cundum. En el Segundo Sent. dist. 7, q. 3 art. 1), donde pone estos cuatro caracteres o notas cuya aplicación a nuestro asunto va a cerrar este ca- pítulo, da las razones. Porque la eficacia del milagro está en que ex-
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