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bién no encontrar unos ojos a la altura de los nuestros en que desleír nuestra emoción! Levantóse y tomó el camino de la aldea. — Parto mañana; de nuevo empezará el calvario de los estudios, el infierno de los condenados. Esta “ma- riposa del alma”, como llaman al cariño, me puede hacer traición buscando otra luz. ¿Me olvidaré de Angelita? Imposible. Todo otro cariño no podrá ser otra cosa que un nuevo color sobre las alas de la mariposa, de mi amor. Faltándome la miel de su alma, esa miel que sabe ella derramar en mi boca con sus palabras, me sentiré en ver- dad más débil. Gaudencio, engolfado en estos pensamientos caminaba su camino. Pasó por delante de la casa de Angelita y no osó preguntar por ella. Avanzó cien pasos y los desanduvo después resuelto a entrar en aquel hogar. ¿No eran todos amigos? Angelita ¿no era como una hermana de su her- mana? ¿No tenía derecho a preguntar por ella la víspera de su partida? Algo había en él ahora, que antes no sen- tía. Mas, ¡oh fortuna! Aún no había llegado al jardinillo enverjado que daba a la carretera y que separa la entrada de casa, cuando unas manos olorosas, de una suavidad sedosa le cubrieron los ojos. Gaudencio quedó como pe- trificado. Reaccionó al instante. —¿Quién eres? Angelita estaba enferma y no podía ser. Su hermana estaría en aquella hora conversando con los angeles del altar de la Purísima. —¿Quién es?—repitió intrigado. Una carcajada de risa confiada se oyó. Venía de más allá. 2. y É 5 $ $ E f +: Y ; ' E ; E E j

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