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ROA A ac cod dr —No digas tonterías, ni hagas mala confesión. Dí, Marichu, ¿por qué ni mamá ni papá ni tú me habéis dicho una palabra de confesarme desde que lle- gué a casa? Ese es un secreto mío. ¡Si vieras lo que me ha intrigado eso! Ni el día que fuí a Durango con papá me advertisteis nada de la obli- gación de oir misa. ¿No lo sabías tú? Pero ¡en esta casa! ¡Con ser lo que son mis papás! Déjate ahora de eso y ya que estamos en las puertas de la iglesia te voy a indicar el confesonario de mi confe- sor, ¿quieres? Sí --Pero harás bien la confesión, ¿eh? Mejor que tú. ¡Para hacerla mal!. . Claro, hombre, para hacerla mal mejor es no hacerla. Angelita se adelanta a tomar agua bendita y le ofrece a Gaudercio; después le señala la frente con el dedo mojado: Para que no te engañe el demonio—le dice con una sonrisa de serafín. Gaudencio hizo su confesión y entregó al sacerdote un “duro'” para una misa. Después de comulgar, esperó a la puerta a que salieran las niñas, las cuales, por no hacer pesada la espera, ter- miraron pronto sus devociones. Salía primero Angelita.
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