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ES ga — Desde que vine de vacaciones no me he confesado ¡ quiero que me vea Angelita confesarme. —¿Pero te has vuelto loco? —No; quiero ser bueno. —¡Gaudencio! —Tú dijiste que ibas a salvarme y lo vas a conseguir. —Que sea yo, que sea otra, el caso es que te salves. —¡Si vieras cuánto bien sentí anoche en vuestra com- pañía! He creído que os agradaría llevarme prisionero a confesarme. —Chico, te felicito por esta idea y te la quiero pagar ahora mismo antes que la realices. “Dame” un beso. No; “toma” un beso. Ambos hermanos se abrazaron y se besaron. Gaudencio lloraba de emoción al ver contenta a su hermana; ésta lloraba porque al fin había logrado su intento. —Bueno; voy a llamar a Angelita. Cuando se presentó ésta con su sutil mantillita y vió a Gaudencio, experimentó como un fuego delicioso que le subía de pies a cabeza. Aquella presencia de Gaudencio era prueba inconcusa del cariño "que ella buscaba”. —¿Conque nos quieres acompañar tan de mañana? Se me ha ocurrido hacer hoy mi confesión. ¿No la habías hecho aún? —Np. —De camino hacia la Iglesia, Marichu trató de pre- pararlo. —¿Cuándo te confesaste por última vez? —Eso no corre de tu cuenta. —Te advierto que no quisiera ser hoy tu confesor. —Tú sabes más de lo que tengo que decirle hoy al sa- cerdote.
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