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a —¿Tú conoces a esa señora? La llaman ilusión, espectro, £fcción. Toda dicha es irreal. —¿Qué te parece, Marichu?—inquirió Angelita. —Que es un tema que no os dejará descansar. —Si no lo juzgáis por imprudente, mañana se repetirá la sesión; ahora a dormir. —-¡Encantado!-—aseveró Gaudencio. —¡Oh los encantamientos de los universitarios! —Tú te crees que somos “indús” o cosa parecida. —-Yo creo en Dios mucho y en vosotros poco. De todos modos, mañana aclararemos todo, ¿verdad Angelita? —Veremos cómo está la noche—objetó María. Al día siguiente se levantó muy temprano Gaudencio» El sueño le había guiñado el ojo, pero no se quedó con él. Dió cien vueltas en la cama; hizo rodar la ropa toda que tenía para cubrirse y se sintió cansado por la mañana. A las seis ya estaba vestido. Cuando la hermana salió de su pieza para ir a misa, encontró en la puerta de sa- lida a su hermano. —¡Qué maravilla! ¿Qué haces aquí? —Os esperaba. —¿Para? —Para acompañaros a la iglesia. —¡Bendito sea Dios, hijo! No me parece mal el pen- Samiento, pero ¿a qué obdedece este cambio?

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