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—Me alegro. ¿Te acompañaste de alguien: No, mamá. Me gusta conversar con el campo, con ' las flores, con los chopos, con el río a solas. La soledad | me reanima, me estimula a pensar cosas nuevas. Hijo mío, es muy sana la vida del campo; mejor que la vida corrompida de las ciudades. Una sacudida eléctrica recorrió el sistema nervioso de Gaudencio Casi se creyó aludido. He visto que mirabas a Angelita... Nurca me había fijado en ella. Esa niña es una flor azul, muy valiosa. ' -¿Te gusta, mamá? E La miro como a una hija. Marichu y ella parecen dos hermanas. ¿Ves cómo se alejó de aquí? Pues segura- ? mente habrá notado tu mirada tan sostenida. Hijo mío, no debes curiosear así en la cara de las muchachas. La mujer es vidriosa o es peligrosa cuando así se la mira. ¿Es algún pecado? —Es un peligro para tus años. No sólo debe evitarse el pecado sino todo lo que puede conducir a él. NE ¿Y crees, mamá, que por ver una cara bonita tene- E mos que precipitarnos en la culpa? Eso no me lo preguntes a mí. Si como te dicen eres “filósofo”, filosofa sobre un corazón de muc ha carne y de mucha sangre, asomado a un brasero dijo sonriente y expresiva la mamá. Eso no es filosofía, mamá. —No importa; eso algo quiere decirte. De nuevo entró una confusa turbación en Gaudencio. ¿Sabría algo mamá de su vida de universidad? Como la madre le dejase solo, comer zó él a discurrir y pensar, —¡Maldita consecuencia de aquel año! Esto no es vivir. CARR AARADA

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