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76 — Ella no sabe nada de lo que te quiero hablar, Pero tengo plena confianza en su juicio. Pues, divinamente. Yo le diré que quiero hablarte y que tú me quieres hablar. No. Será mejor que nos veamos sin que lo sepap: ¿Cómo, entonces? Gaudencio se entusiasmaba. Deja a mi cuenta; con tal que quieras, hablaremos. ¿No me puedes anticipar algo de eso que me tienes que decir? Las cosas de la mujer honesta deben tratarse hones tamente. Debes suponer que lo soy y que cualquiera imprudencia debo evitar. Ya estamos en la estación. ¿Quieres que sigamos ' juntos? No. Yo me iré por una calle y tú irás por otra. No quiero que ni por asomos piense nadie que paseábamos juntos. —Adiós, Gaudencio, hasta luego. Adiós, Angelita. Angelita era una aldeanita señorita. Toda su niñez la pasó en el internado de Orduña, hasta que volvió a su querida aldea a los 17 años. Por una de esas cosas que no me explico repudió el estudio del piano en el colegio, Decía que no había nacido para músicas. Mas luego, abu- rrida en su aldea se le antojó pasar largas temporadas en la villa y pretextó que quería aprender a “tocar”,

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