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que solía pasar temporadas largas en casa de los papás de Gaudencia con motivo de su educación. Estaba apren- diendo piano con un profesor del pueblo, y los Lei de Gaudencio, en vista de la amistad con los padres de la chica y de sus recomendables prendas, la admitían a manera de huésped que pasaba tres días por semana en casa. Gaudencio la había visto muchas veces sobre el piano, pero por una de esas cosas misteriosas en la vida no entabló trato con ella. Sin duda vivía demasiado preocupado y con deseo de no dejar traslucir ante sus padres nada que pudiera ofrecerles un cabo de hilo para que viniera detrás el ovillo. La temía... Por eso la mu- chacha le buscó ahora, porque es indudable que cobró afición a él, de verle y hablarle en casa, siquiera fuese someramente. Cuando hubieron andado buen trecho de camino, empezó ella 'a dirigir ciertas preguntas a Gaudencio que revelaban sumo interés por él: ¿Te vas a marchar pronto a X? Dentro de diez días. ¡Qué lástima! Gaudencio, sorprendido de aquella franca nobleza, interrogó con avidez: ¿Lástima por qué? Sin haberte hablado no puedes comprender lo que te digo. Pues habla, Angelita, que te escucho con gusto. Aquí no. Es de noche y es necesario apresurar el paso. ¡Qué pa si nos ven emparejados a estas horas por este lugar! ¿No sabes cómo es nuestra gente? a Entonces, mañana. Dime ¿te molestaría que nos viera Marichu?

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