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ma —Recemos un Credo por el agonizante—insinuó la hermana.—“Creo en Dios Padre Todopoderoso”... Ape- nas terminó la oración, que María la decía en voz fuerte para que la oyera su hermano, dijo éste todavía con los ojos algo húmedos: —María: me has prometido que esto quedará entre los dos. -““Esto” no—repuso la hermana—; “aquello”, sí. Aquello y lo que te voy a decir, porque necesito soltar mi corazón, desahogarme. -Siempre necesita el dolor un sedante que nos pro- duce una declaración sincera. No siempre encontramos un corazón capaz de com- prendernos y de compadecernos. Si crees que el mío puede entenderte, habla. ¿Sabes por qué me puse enfermo en Durango? ——Estuviste con Beraluce; por tanto, me supongo que por noticias de por “allá”. Las mujeres tenéis un instinto del cielo para conocer los males del corazón. Pues mira y Óyeme y créeme Acabo de decirte esta tarde que no sé dónde vive “aque- lla”. ¿Lola Alegría? Sí. ¿Sabes por qué? Ya me lo has dicho. Te he dicho algo; una apariencia de verdad; pero esta agonía me tiene que dar vida y no muerte. Vine enfermo de Durango porque Beraluce me notificó que Lola había muerto inesperadamente. ... Casi lloraba de nuevo, al confesárselo a su hermana. —¡Ha muerto! Entonces, sin desearle mal a ella, te felicito. ¿Quieres rezar un Padrenuestro por ella?
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