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SÓ ci —Las estrellas también mienten. —¡El mentir de las estrellas! Las de allá arriba nunca mienten; bendicen a Dios, iluminan la noche y si hay tempestad la aguantan para volver a lucir más hermosas. En esto sonaban las campanadas de la torre de la villa. Era el “Angelus” de la noche. María besó una medallita que llevaba en el bolsillo y dijo: ¿Quieres que recemos las Avemarías? —Sí, contestó su hermano condescendiente. -“El Angel del Señor anunció a María...” Gaudencio no contestó. —¡Contesta, hombre! El joven la oyó tímidamente. No sabía ya cómo se contestaba. Marichu musitó lenta y devota las Avemarías, disi- mulando la confusión de Gaudencio. Mas apenas terminados los golpes reglamentarios del “Angelus”, dobló la campana mayor tocando a agonía. Es un sonido lamentoso, triste, profundamente emo- tivo. Siempre hace efecto en el ánimo aquel sonido fú- nebre. Parece que quisiera despertar a todos los dormi- dos y hacerles pensar en la muerte. Aquella tarde las campanas de la agonía resonaban en el mismo corazón de nuestro joven. Un frío interior le conmovió de arriba a abajo. Aquello se unía trágicamente a sus recuerdos. Una cálida emoción, como de querer llorar, le subió del corazón a la garganta, y quitándose instintivamente la boina dió un tenue sollozo. Sin poderse contener tomó en las suyas la mano izquierda de su hermana y besán- dola con intenso cariño exclamó: —¡María: esa agonía ha tocado para mí! Pero no he muerto, ¡no he muerto!
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