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AAA AAN GEDIDDE ln jiAbi dj li 37 y E a E RATA = E — t te haría mucha impresión, ¡pobrecito!—expresó ella po- niéndole una de sus blancas manos sobre la cabeza. No te comprendo; me vas a hacer perder el sueño. No seré yo quien te haga esa maldad; tal vez otra ] Tú debes ser una bruja. j ¡Gracias! ¿No decías ayer que era un ángel? —Angel que embruja. —Para salvarte. -Me vas a volver loco. ¿No lo estabas ya? ¿Quién no está loco hace lo que tú? La enfermedad de Gaudencio no tuvo, en efecto, con- secuencias. Marichu enteró a los padres de que no hacía falta médico ni nada. ¿Qué te ha dicho? ¿Que está mejor? Que se le pasará con dormir un poco; que debió ser fatiga de estarse al sol por la mañana y de haber corrido un poco por la tarde. No se acostó la mamá sin acudir a la alcoba de Gau- dencio: —¿Duermes, hijo mío? Gaudencio no dormía pero se hizo el dormido. La mamá le arregló la colcha de la cama; le besó en la frente y se alejó diciendo: —Dios te guarde, hijo de mi alma.

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