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vi De regreso al pueblo, Gaudencio iba 'meditativo. El corazón le pesaba como un plomo. Todo el viaje se man- | tuvo reservadísimo. El pretextaba dolor de cabeza; lle- * vaba mal humor. Llegó a casa cejijunto, hurón. No contestó a su herma- na; con monosílabos respondía a la madre; incluso se enojó por una tontería. Estoy enfermo—dijo—; me voy a la cama. ¿Papá—inquirió Marichu—le ha pasado algo a Gaudencio? Nada, que yo sepa. Ha venido hecho un lerdo, un salvaje. No, hija mía—repuso la mamá—. Es que viene en- fermo. Le duele todo el cuerpo. No me ha dicho nada en absoluto—señaló el padre. ¿Le acompañaste todo el día, papá? No, hijita, me acompañaría él en todo caso. Yo voy a lo mío, mamá. Después de comer salió con un compañero cosa de una hora, a gastar lo ganado. —¿Notaste algo en él?—volvió a inquirir la niña. —No. Tomamos el coche, el tren y nada más. Marichu no dijo más. Entró en el cuarto de su hermano. Supongo que no te ofenderé por hablarte dos pala- bras, hermano mío. Nunca me ofendes en nada. Pero como has venido tan arisco y malhumorado y te has enojado, vengo a reconciliarme.
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