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E saneados por Elicegui, hacen un corro alegre y con su pipa en la boca muchos de ellos y con la blusa al hombro se felicitan de la suerte. Se calculó que no bajaría de 10,000 duros el monto total que se jugó en aquel famoso par- tido. Gaudencio recogió sus 10 duros ganados y entregó los cinco a su papá. Cinco duros encima de lo que había sa- cado a su mamá era un buen capital para pasar la tarde en una regular farrita. En el Hotel encontró a dos de sus compañeros. Los convidó a comer, y poniéndose medio enojado les obligó a sentarse con él. —Chicos—decía, frotándose las manos—; me ha caí- do la lotería. —¿Has cruzado? —Poca cosa; cinco duros contra diez. —Eres el hombre de la suerte. —Pero a papá devolví cinco, los que me prestó. ¿Con cinco te quedaste? ¡Valiente matemático! ¿No te digo que crucé cinco contra diez? Con eso “allá” habría para ponernos locos. ¿Y tu papá? —Miíralo allí; vendrá luego. No nos impedirá echar una cana al aire, ¿eh? ¡Chico, ya me estoy envejeciendo! Sobre todo, te tengo que dar una triste noticia. No me vengan ahora a “aguar” la fiesta. Santíguate antes que te lo diga; me ha dejado a mí medio lelo.

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