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E — —Por la tarde ¿te encontraré aquí? —No; voy a Amorelieta a ver a mi primo. ¿Quieres venir? —No, que te puedo estorbar. —Ni pizca; nos divertiremos. Ven. -¿De veras que no te estorbo? —Palabra. —Pues a las 3 me tienes en tu casa. Había pasado un mes de vacaciones y con sorpresa grande de Gaudencio, en su casa nadie se acordó más de sus plegarias y oraciones de niño, ni su madre le dijo una palabra, ni su hermana le hizo una alusión. El padre, ocupado en su negocio, sólo se preocupaba del chico cuando le quería hacer alguna generosidad o propo- nerle algún viajecito. —¡Pues me equivoqué—se dijo para sí una mañana, mientras se preparaba su toilette.—Creía encontrar una inquisición, y aquí todos son unos benditos, todos ángeles de paz. Notó mirándose en el espejo que el bozo de sobre el labio superior tenía una sombra respetable y se enorgulleció de su hombría. Se le ocurrió, por primera vez en su vida, afeitarse el pelo de la cara, dejándose el bigotillo incipiente como señal de que merecía respeto; y, en efecto, aquella misma mañana se sometió a 1a ope- ración depilatoria, rasurándose. Llegaba a casa a la hora de “comer”, con su bigotillo
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