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A SENA dm: e cdi ii ct MS er a Por eso te digo que somos dos lógicos necios. —Esta vez no estás en filosofía muy bien; somos dos necios lógicos. Para gozar del bien no hay que hacer el mal; de otro modo, se paga. —Esa es la lógica de mi padre: “no lo hagas y no te- merás”. ¿Dónde dejamos, entonces, la propicia floración de frases y discursos antirreligiosos de nuestros cientí- ficos? -¿Tú te preocupas de ellos? Son flores del muladar. Si no dijésemos allí lo que decimos, ¿cómo viviríamos como vivimos? Pero una cosa es “aquello” y otra cosa esta confidencia entre amigos. El hombre, bien pensado, no puede ser antirreligioso más que en las horas en que merece serlo. Todos somos generalmente unos hetero- doxos cuando nos conviene ser, para que no se diga que somos unos imbéciles y unos degenerados. -Tú discurres como un libro. —No, hombre. Todos pensamos así en la intimidad. No me pidas ni a mí que te haga estas confesiones en un corro de chusma estudiantil, ni ante un profesor krausista. Tú eres nuevo en la universidad. El año que viene Opinarás como yo casi, después igual. Es que yo opino como tú siempre. Nunca puedo ol- vidar la idea de que analizando el interior comenzamos a ser incrédulos cuando comenzamos a ser “peores”. Pero “mi caso” no es ese, precisamente. Yo quería saber si habéis dicho algo de mis “cosas” a los míos. No sé lo que yo daría porque mamá ro supiese nunca mi año primero de estudiante universitario. —Descuida, chico: si te parece bien, mañana voy a verte y hago delante de tu madre el más bello panegírico

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