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TE E EEE Oye, ¿pero qué te dijeron? ¡No me embromes! Que eres un. Y cerró la puerta con presteza. Pasaba en aquel ins- tante mamá para el comedor. ¡Marichu! ¡Mamá! ¿Se ha levantado tu hermano? Se está vistiendo. Prepárale el desayuno MI A las diez y cuarto Gaudencio saludaba a su madre. ¡Buenos días, mamá! ¡Muy buenos te dé Dios, hijo mío, ¿Dormiste bien? ¿Te extrañó la alcoba? Con un poco de malestar. Tal vez del cansancio. ¿No soñaste con algo que has dejado por allá? Al oir esto, Gaudencio se puso como una brasa; le pal- pitó el corazón con una fuerza de caballos y contestó: —No estaba para soñar, mamá; ¿qué te has imaginado: Se le iban afluyendo recuerdos como haces de espinas clavadas en el corazón. Su mayor apuro y temor era qu: se descubriera en casa algo que pudiera causar serios dis- gustos. Lo de Marichu y después la salidita de mamá le sobresaltaron. El desayuno no le supo muy bien. Pre- textando sus visitas a parientes y amigos, se lanzó rá- pidamente a la calle. Lo primero que le ocurrió fué avis tarse con dos condiscípulos venidos antes que él y so- meterles a un interrogatoio, pues se dijo:

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