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o, EA mucho dinero para que los comprase? Me había olvidado de tu generosidad Cualquiera se fía de un universitario rezonga con una marcadísima intensión aviesa Pasó aquella cena en una larga bendición de charla. La madre, siempre ángel del hogar, en una de esas cora- zonadas que suelen ellas tener, pensó en que tal vez Gaudencio se habría entibiado en las oraciones de noche, y a la hora de acostarse se le acercó muy cariñosa y le dijo: —Vamos. hijo mío, quiero oir cómo rezas la plegaria antes de acostarte. —Déjame, mamá, que ya la rezaré solo. Es que quiero tener el consuelo de escuchar el eco de tu voz, a ver si me suena como antes cuando orabas. Ya me oirás otra vez. Ya ves que el veraneo es bas- tante largo. Además, todavía no me pienso acostar. —¿Pues qué vas a hacer? Ya es tarde Vienes can- sado. Acaso traes el sueño retrasado. Necesito hablar con mi hermana Marichu. Ya pue- des suponer, que después de un año Bueno, hijo mío. Pero me dejas un poco fría. No era mucho complacerme en esta primera noche. ¿Sabes lo que me ocurre ahora? ¿Qué, mamá? Que tal vez te has olvidado las oraciones y me sacas un pretexto.

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