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IIA A cc a PRO E le lanzan al cuello. El las mira como dos dijes. El besu- queo se repite. Gaudencio siente el aroma de la honesti- dad, de la pureza, el azahar del alma. ¡La madre! La se- ñora madre lo espera en las puertas de la casa. El mu- chacho se abraza a ella efusivo, tierno, cordial. -¡Mamá! ¡Cuánto deseaba verte! ¡Hijo mío, un año sin mirar tus ojos! ¡Si vieras lo que me he acordado de ti! Bueno, hijo mío; descansa. Que te preparen algo. Avisad, niñas, a Rosa, que prepare algo para Gaudencio. No, mamá. Son las 7 y 14; cenaremos luego. Quiero mirarte, verte, hablarte. Un año sin vernos, mamá. ¡Qué eternidad! -Vamos, siéntate; pero no. ¿Quieres mudarte de ropa? ¿Quieres lavarte? ¿Necesitas bañarte? La hermana mayor lo mira con cariño y examina sus facciones; le analiza suspicaz. Vienes más grueso, más alto, pero menos fresco; te falta una cosa. Me falta vuestro cariño. Dejaos ahora de exámenes de conciencia, interrumpe el padre. A las 8 cenaremos. Gaudencio pone los ojos brillantes y encendidos en su madre, que no acaba de contemplarlo. —Mamá, mírame también tú fijamente, ¿me encuen- tras cambiado? ¿No me encuentras bien? —Te encuentro magnífico. ¿Has estudiado mucho? ¿Has hecho alguna picardía? ""_Ya ves; traigo dos sobresalientes y un notable. uu Lo habrás -comprado—repone, riéndose, Marichu; pero con intensa malicia a la vez. —Chica, esto no se puede comprar. ¿Me mandaste

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