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el principillo de saber su padre ciertas aventurillas en agraz!—rió otro. —No digo que no; pero el que muerde la fruta verde se siente mal. Formal. —JLas frutas verdes o doradas se muerden según ven- gan. Tú filosofas hasta en el mal. Y luego se pasan unos ratos perros. ¿No te alegrabas cuando...? ¡Vamos, hombre! Nadie debe alegrarse de estar enfermo. Se duerme, se finge alegría; hay fiebre y alegría, más fiebre que ale- gría. Os digo que hoy estoy más alegre que anteayer. -—Y nos estás echando a perder el viaje. ¿Acaso tengo yo la culpa de que seáis imbéciles? ¿De cuándo acá eres tú un modelo? 3ueno, dejadme mirar allá lejos; las lejanías hacen meditar. Medita, filósofo, en tu jardín inculto, como el cé- lebre ateniense. Eso somos nosotros: jardines incultos “plantados de granados y lentiscos” Para poeta no tienes precio. ¿Recuerdas aquello de: “El sol de la gracia que dibuja sobre el ámbar moreno de tu carne...?”, etc. Hemos terminado; me voy a dormir. ¡Pero si es un trozo de tu numen! Levantóse Gaudencio y se fué a un rincón del coche, a mirar cómo el sol frente que caía a chorros doraba los montes y pedruscos en una inmensa extensión; o a dor- mir o simular que dormía. Había pasado un buen espa- cio de tiempo y de terreno. Gaudencio apoyó sus brazos sobre el dintel de la ventanilla y se puso en actitud de dormir.
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