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e ¿No te ungirás con bálsamos de fragancias? ¿Y con mirras amargas también? Chico, ¿sabes que nos das frío con tus contestacio- nes? ¿Vienes herido o te quedas prisionero? ¡Oh poder del nuevo amor! Pues debes saber que no llevas más que un año y que son éstas las primeras vacaciones. Estás pasando por los primeros fuegos. ¡Ya te acostum- brarás a reir y a llorar! ¡Dejadme que goce del panorama! Estáis tonteando. ¡Imbéciles! —No te olvides que venimos de tierras civilizadas— dícenle riendo.—Y que en nuestros pueblecitos con er- mitas y “chimbos” se anquilosa el placer. —El caso es que en nuestros pueblos replica Gau- dencio—hay alegría sana, casitas sonoras como un Cas- cabel. El pórtico viejo de la iglesia consuela. —En esto uno de ellos silbó un insulto para la vieja iglesia. . —Sepultura de alegrías dijo. De alegrías dolorosas —repuso Gaudencio. Pero ¿en qué quedamos? ¿Te has barnizado o te has propuesto hacer de diablo predicador? Ya sabéis que soy ingenuo. Pero ¿anteayer también pensabas así? No pensaba lo contrario. Lo que hay es que va a su casa y quiere recobrar algunas costumbres que olvidó. ¿No es eso, Gaudencio? voceó uno. A mi edad no hay derecho viejas; yo no soy viejo. —Eres un príncipe en tu casa y los derechos al trono, ¿verdad? a olvidar costumbres no quieres perder ¡Menuda paliza Mevaría

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