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, ; Vacaciones Gaudencio hablaba apresuradamente. En el tren fué despiadado con uno de sus compañeros, se indignó, se ofendió y agredió violentamente al que le recordó una aventurilla entre grave e inocente; estaba de mal talánte. Saboreaba con miedo el contento de la mañana anterior y temía perderlo. Temía sentir de nuevo la tibieza sobre sus llagas. Le recordaron sus camaradas un nombre suave y caricioso y él no “les llevó el apunte”. Un haz de rayos de sol iluminó su cara completamente; él cerró los ojos como herido por ellos, como para no ver. ¡Qué sol más fiero!-—exclamó. Abrasa. El fiero eres tú, que en dos días has cambiado como de oveja a león. ¡Camarada! ¡Vaya un modo de boxear! Me apena haberle pegado; eso me duele a mí más que a él. Pero alégrate, hombre; mira lo que dice tu nombre Gaudencio. Así mienten los nombres y los hombres. ¿Te ha mentido Carmelina? Mentís todos, o mentimos todo. ¿Te ha dado la calentura espiritual? ¡La calentura! ¿No piensas plantar durante las vacaciones tu tienda de aventuras? ¿No quemarás perfumes? ¿No harás ver- sos? ¿No llerarás los sentidos de deseos armoniosos? ¿Y turbacior.es? ¿No?
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