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— 31— Apenas gustaba su mente el pensamiento de estos versos, cuando oyó llamar. ¿Quién llama? ¡Adelante! Entran en tropel tres condiscípulos: Gaudencio, vamos a despedirnos de esta ciudad orgullo de nuestras almas y nido de nuestros corazones. Antes de tomar el tren mañana, hagamos hoy una jira por todo lo que amamos y queremos. ¿Estás dispuesto? Chicos, yo no. Me siento molesto y necesito descan- sar y arreglar mi equipaje. -¡Déjate de pequeñeces! ¡Déjate de pavadas! Para el equipaje basta media hora. ¡Qué! ¿tienes que viajar como un príncipe? Por lo que puede tronar, aproveche- mos el día. ¡A la calle! ¡No salgo, amigos Respetad mi malestar Cualquiera dirá que otras veces no has hecho desór- denes mayores con mayor malestar. ¡Anda a la calle! El día se las trae. Divertíos, norabuena. Mañana viajaremos. Tengo que por además un telegrama a mi padre. ¿¡Sabes, chico, que estás rumboso? Nosotros avisa mos por carta, y gracias. Si te queda mucho ''money todavía hay tiempo de gastarlo. He dicho que no, hombre, y cuando lo digo por algo será. Tú vas para ceniza. ¿No tienes algún brillante re- cuerdo que dejar? ¿No tienes ninguna Diana que despe- dir, oh filósofo de la vida? Todo está listo, menos mi humor Anda, ¡y te llamamos Gaudencio! Esta vez das un mentís a tu hiperbólico nombre.
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