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E No sabes el bien que me haces. Yo llevaba una venda en los ojos. Déjame que me vuelva atrás. Me voy a confesar. Y dejando, a su amigo, entró Gaudencio en la iglesia vecina, resuelto a poner en lejía su ropa sucia. Entró por la puerta izquierda que da a una capillita de la Dolorosa, La iglesia estaba envuelta en la penum- bra; eran las 6 y 214 de la mañana. Cuando se iba a arro- dillar dellante de la Virgen, notó a la derecha un bulto negro, como un borrón oscuro sobre la pared. De allí le llegaban cuchicheos silenciosos, siseos apagados, sal- picaduras del alma Era un viejo confesonario donde alguien hacía la con- fesión de sus culpas Gaudencio rezó a la Virgen. La miró con ojos creyentes. La quiso hablar en confianza, no pudo. Un nudo se le puso en la garganta. Un tenue llanto interior le dominaba. Por los senos del alma se le corría una emoción de reco- gimiento. Al fin serenóse y pensó: Debo preparar mi examen; debo procurar mi dolor de corazón. Aquella confesión debió ser de las más complicadas para nuestro joven. Tal vez la primera confesión “cons- ciente de que era pecador” Señor, no me deseches Señor, ponme cerca de Ti Señor Señor. . misericordia Un sacerdote, en apariencia joven pero que por el an- dar debía ser ya entrado en años, salió del confesonario. Al ver al joven ante la reja de la Dolorosa se le acercó y díjole: Si usted quiere confesarse, pase, porque me voy a celebrar. Sí, señor; me quiero confesar

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