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— 8 —Nunca está de más la aplicación de una lejía, por- que, chico, no íbamos, digo, no vamos a ir a casa con ropa sucia de todo el año. Ya sabes que en los pueblos durante el verano hay varias fiestas, y aunque no en todas, en alguna de ellas es de buen tono seguir la cos: tumbre de llegarse a comulgar; y, ya ves, esos curitas de villorrios podían tomarnos por lo que ro somos, si reservásemos para ellos toda esta mercadería interior. .. Me estás mareando, chico. Es el primer año que me ocurre esto, y con lo que se ve y se oye... Vamos; yo me figuraba que eso no rezaba con los universitarios. No hagas caso, Gaudencio. De veinte, diez y ocho hablan como gansos en asuntos de esta índole. Hablan por hombrear, por pasar plaza de enteros y de cientí- ficos. Ríete de ellos, chico... Ninguno sabe una palabra de religión; pero ninguno tampoco cree lo que se dice en contra de ella. Es un “método” intento de propia justi- ficación. —¿Y cómo pueden jugar con una cosa tan grande? Es el demonio quien juega con ellos. Los que lleva- mos ya varios años en esta vida sabemos a qué atenerros. Son incrédulos de conveniencia y por entregas. Fíjate en un profesor de los más liberales. Machinbarrena. .. —Un incrédulo de pies a cabeza. Pues no lo creas. Es un incrédulo a su modo y tam- bién creyente a su manera. Vive ahí en esa esquina y un año que pasó aquí la Semana Santa le vi confesarse y practicar con su señora las Estaciones. La ciencia nos sugestiona a veces, nos embriaga, y ante sus discípulos aparenta ser filósofo de última hora positivista, amigo de los que siguen a Spéncer... Mas luego en su hogar es otra cosa.

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