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como lámparas del alma en medio de la lobreguez de las dudas Mientras la pasión baja le dejaba oir como el ruido de una onda de mar que avanza, aquellas “limpias Ave- marías”, al acostarse eran sus ángeles tutelares. Dios te Salve María, llena eres de gracia Una noche, empero, discurrió: ¿Y esto para qué me sirve? ¿Por qué he de ser me- jor porque cada noche formule esta plegaria? ¿No será en mí una hipocresía? Trató de dormirse sin rezar. Una voz que le venía de sombras oscuras le decía: ¡duerme! Otra voz que le parecía brotar del corazón de su madre le gritaba: ¿qué mal te resulta de rezar esa corta plegaría? ¿Acaso tu madre te quería engañar? ¿Acaso no es una oración que usaron hombres geniales? Pero no, gruñía la voz tenebrosa: ¡sé valiente! Pero sí, respondía la dulce melodía de la voz maternal: ¡sé cristiano! Examinaba él, de paso, el origen de aquella duda, y veía con luz inconfundible que había empezado a dudar cuando empezó a empeorar. La clara inteligencia del joven no olvidó nunca esta observación y posiblemente ella le detuvo en el borde del abismo. Aquella roche se despertó con pesadilla, parecióle que una vez en casa le habían sorprendido en su actitud de “incrédulo inicial”” y notó el pésimo efecto que causaba en todos sus moradores. Su padre había adoptado una resolución terrible; su madre lloraba exclamando entre
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