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E A a — En una que tenemos a la vista cita a Hartraan y Stuart Mill y declara que ve nuevos mundos, no tan oscuros como antes a través de las “tinieblas de la fe”. Es comprensible que un mozalbete que, ayuno de eru- dición, tiene afanes de leer, lea todo lo que le viene a la mano sin darse cuenta de la condición del libro. Más comprensible es que un estudiante, aunque de honrado hogar, asomado al revuelto mar de la vida y acosado por dicterios y leyendas en su religión, se sienta con bastante valor para afrontar la lectura de obras como la de Dra- per, barnizadas de ciencia y proclamadas por entonces por toda una legión de profesores krausistas, como un monumento de saber. En momentos de crisis espiritual suelen ser de efectos fulminantes semejantes lecturas. Cuando hay una dirección, una observación oportuna, una advertencia sobre el libro de que se trata, podría atenuarse el efecto; pero Gaudencio no sospechaba nada en contra del libro, sino que lo leía como obra científica que pudiera aclarar, afianzar ó ilustrar sus ideas. Hacía años que corría aquel tomo reimpreso en los tórculos españoles, y por mucho tiempo, por lo menos hasta la “Contestación a Draper”, del P. Cámara, no tuvo ré- plica seria. Después ha tenido repetidísimas y numerosas, pulverizando las aserciones del profesor norteamericano. Gaudencio se sintió envenenado por la lectura de aquel libro, y aunque todavía no podía formar juicio cabal de su contenido, pór lo, quese corría entre profesores y es- tudiantes le pareció que podía tener razón. Es la época de la carta que hemos citado. Debemos advertir que el joven estudiante lo era de verdad, porque si en la primera edad de las primeras le-

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