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A E E en que tal vez pronto él también estaría libre de veje- ces y de dogmas. ¿Lo deseaba? ¿Lo temía? No, era neu- tral ¡00 Gaudencio camina bajo una doble fila de álamos; lleva la mente meditativa, los ojos sobre un libro y el libro sobre la mano izquierda. “Bajo una hilera de ála- mos-—dijo Martínez Sierra—toda meditación se enno- blece”. La señorial rectitud que ostentan los árboles enderezan y elevan el pensamiento. Gaudencio lee en un libro nuevo. No es de texto; es Draper y se titula “Con- flictos entre la Religión y la Ciencia”, obra que se agotó en manos inexpertas de la juventud universitaria. Gui- llermo Draper, escritor norteamericano, doctor en me- dicina y leyes y por contera profesor de la Universidad de Nueva York, ha sembrado la incredulidad con su his- toria de los presuntos conflictos. Seguramente que se- mejante libro no Nlegaría a manos de Gaudencio a vivir en su hogar; pero en aquel ambiente y en medio de aque- llas luchas que taladraban su cerebro, la presencia de aquel librote en sus manos acusaban un efecto de deserción. Decía el mal que iban haciendo en su ánimo las conver- saciones, dichos y hechos de sus camaradas. El libro fué escrito en inglés, pero manos ocultas lo tradujerona todos los idiomas con una finalidad “científica” que se traduce en un ataque a las convicciones católicas. Era un apostolado de perversión de la juventud llevada a cabo por los filósofos krausistas.

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